Contradicción autoimplicada: Reflexión sobre la marcha contra los dichos de Milei en Davos, una mirada a los medios, la política y la inclusión

Este sábado se vivió una marcha en respuesta a los comentarios realizados por el presidente Javier Milei en Davos, los cuales fueron interpretados por muchos como un ataque directo a las causas relacionadas con la inclusión y la diversidad. Sin embargo, antes de profundizar en los aspectos políticos de esta manifestación, es interesante reflexionar sobre cómo los medios de comunicación y los actores políticos han abordado estas cuestiones, a menudo de manera contradictoria.

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Quiero comenzar este análisis desde una experiencia personal en un medio como Nexus, una plataforma que transmite, entre otras cosas, los partidos de la Liga Profesional, donde el concepto de inclusión y diversidad ha sido un tema recurrente. Durante un período, integrantes de Nexus adoptó un saludo inclusivo utilizando la jerga “saludo para todes”. Esta fue una respuesta, en parte, al auge de la corriente inclusiva mediática, que reivindica el uso de un lenguaje más abarcativo y respetuoso con todas las identidades. Sin embargo, lo que parecía ser un paso hacia la inclusión pronto se convirtió en un intento superficial y sin consenso real dentro de la redacción, sobre todo cuando la sugerencia de transmitir solo fútbol femenino y contar con un equipo de relatores femeninos no logró materializarse de manera coherente. Este tipo de iniciativas, si bien bienintencionadas, a veces se reducen a gestos vacíos sin un verdadero compromiso con el cambio.

Este tipo de contradicciones no es exclusivo de Nexus ni de ningún medio en particular. Es una situación que se repite en toda la industria de los medios de comunicación. Si nos detenemos a observar otras emisoras como Mitre, Cadena 3, Radio Nacional o la Universidad, nos encontraremos con la misma pregunta: ¿Qué tan inclusivos son realmente? ¿En qué medida sus planteles están conformados por mujeres, por integrantes de la comunidad LGBTQ+, por personas de sectores más diversos? Las empresas de medios, como cualquier otra, operan bajo lógicas comerciales, y en muchos casos las cuestiones de inclusión terminan siendo más un producto de marketing que un compromiso genuino con la diversidad.

De hecho, muchas de las críticas que hoy se emiten desde los medios ante los comentarios de Milei son un claro reflejo de esta contradicción. Por un lado, se promueven discursos inclusivos, pero por otro, muchas veces las estructuras de poder dentro de los medios siguen siendo teniendo como protagonistas a verones, con una representación insuficiente de «diversas identidades».

Ahora bien, la controversia se extiende a la arena política, donde la respuesta al presidente Milei también plantea cuestiones sobre la verdadera intención detrás de los discursos sobre la inclusión. Un ejemplo claro de esto lo encontramos en el ministro de Gobierno de Córdoba, Miguel Siciliano, quien en apoyo a la marcha, expresó en sus redes sociales que desea que sus hijos asistan a colegios inclusivos, pero la pregunta es: ¿qué entiende por inclusión? En lugar de promover un modelo educativo realmente diverso, con un personal inclusivo que refleje todas las identidades y obviamente envie a sus hijos, la propuesta de Siciliano parece más un gesto simbólico. Tal vez, como ocurrió en el pasado con la polémica sobre la bandera (de Cuzco) y de la diversidad en el Parque Sarmiento, y ni hablar delbrazalete inclusivo que mantuvo sobre sus mueca izquieda por meses, que meses antes de las elecciones quitó, estos gestos se reducen a lo superficial, sin un cambio sustancial en las estructuras de poder que perpetúan la exclusión.

Lo que está en juego en esta discusión es un debate profundo sobre qué significa ser inclusivo. La inclusión no debería ser solo un concepto estético ni un arma política para obtener apoyo, sino una transformación real de nuestras instituciones, nuestras prácticas y nuestra forma de interactuar como sociedad. Los gestos, aunque importantes, deben ir acompañados de acciones concretas que promuevan una verdadera integración y equidad.

Finalmente, es fundamental entender que los medios de comunicación, al igual que otras instituciones, son empresas privadas que operan dentro de un sistema de intereses comerciales. Al igual que los taxistas explotan una licencia otorgada por el gobierno, los medios de comunicación tienen la concesión de una frecuencia para transmitir contenidos que, en muchos casos, son elegidos con criterios puramente comerciales. En este contexto, la inclusión y la diversidad no siempre son más que un eslogan para atraer audiencias, mientras que las estructuras de poder permanecen inmutables.

En resumen, la marcha contra los dichos de Milei es un claro reflejo de la tensión entre el discurso político sobre la inclusión y la realidad de cómo se implementa en la sociedad. Tanto los medios de comunicación como los actores políticos tienen mucho que reflexionar sobre sus propios roles en la promoción de una verdadera inclusión. Mientras tanto, la sociedad sigue esperando respuestas que vayan más allá de los gestos y que apunten a cambios profundos y reales en las estructuras de poder que nos afectan a todos.

En este caso, la actitud descrita en el texto refleja una clara contradicción autoimplicada, también conocida como autocrítica. El relato pone de manifiesto cómo ciertos medios y actores políticos adoptan discursos inclusivos sin llevarlos a la práctica de manera coherente. Se plantea que muchos de esos mismos medios, que se presentan como defensores de la diversidad e inclusión, se quejan de iniciativas que exigen mayor inclusión cuando estas afectan sus intereses comerciales o su estructura interna.

La experiencia en Nexus ilustra cómo una emisora adoptó un discurso inclusivo («saludo para todes») y promovió la idea de transmitir más fútbol femenino, pero este intento de inclusión se quedó solo en el plano superficial. La propuesta de que los relatores fueran hombres que de pronto deberían encargarse de la transmisión de partidos femeninos y el deseo de incorporar periodistas mujeres al equipo no tuvo un respaldo real ni de la estructura organizativa ni del plantel, lo que llevó a un fracaso en la implementación de esa supuesta «inclusión». Este intento vacío se convierte en un ejemplo de cómo los medios que promueven discursos de inclusión a veces no los llevan a la práctica de manera efectiva, ni dentro de sus propios equipos de trabajo.

Esta contradicción se da por varias razones: la presión de alinearse con discursos políticamente correctos, la falta de un compromiso profundo con el cambio estructural y, muchas veces, el afán por aprovechar tendencias o causas como un medio para generar atención o publicidad. En muchos casos, la inclusión se convierte en un eslogan vacío, utilizado para parecer parte de la corriente dominante, pero sin transformar las estructuras subyacentes que perpetúan la exclusión.

Este fenómeno es recurrente en los medios de comunicación, en los que se promueven políticas inclusivas a nivel discursivo, pero que en la práctica no reflejan una verdadera equidad de oportunidades. Esta incongruencia genera desconfianza en la audiencia, que espera acciones concretas, no solo palabras. Así, se produce una erosión de la credibilidad de esos medios, ya que sus audiencias pueden percibir que la inclusión no es más que una estrategia de marketing.

Desde una perspectiva periodística, esta actitud de contradicción autoimplicada se puede abordar como un fenómeno de incoherencia entre los valores proclamados y las acciones realizadas. Un informe sobre este tema puede resaltar cómo muchos actores que critican a otros por sus actitudes excluyentes no están dispuestos a aplicar las mismas normas de inclusión dentro de sus propias instituciones. La falta de congruencia entre lo que se dice y lo que se hace puede afectar la credibilidad tanto de los medios de comunicación como de los actores políticos, lo que resulta en un debilitamiento de su mensaje y en una desconfianza generalizada de la audiencia.

Al incorporar esta reflexión en un informe, se puede destacar la necesidad de que los medios y políticos actúen con mayor coherencia y responsabilidad en sus prácticas inclusivas, buscando que sus acciones reflejen verdaderamente los valores que promueven públicamente. Esto contribuiría a una mayor autenticidad y a la construcción de una sociedad más inclusiva de manera real, no solo discursiva.

Si bien los medios opositores (solamente ellos) hicieron un escarnio del expresidente Alberto Fernández por chat, declaraciones y acciones durante su mandato, nunca se originó una marcha en demanda social por esos dichos o, más importante aún, por los hechos y actos denunciados durante su gestión. De hecho, muchos de esos eventos, que en términos de gravedad podrían haber sido incluso peores que los simples comentarios que originaron la marcha contra Milei, no generaron una respuesta «masiva» de la sociedad. Las críticas se centraron en palabras, en vez de en hechos concretos, algunos de los cuales, de haberse materializado, podrían haber tenido un impacto mucho más profundo y perjudicial para el bienestar público.

Este contraste evidencia cómo la política de la indignación a veces se elige selectivamente, en función de la figura que la genera y no necesariamente por la magnitud o la gravedad de las acciones en sí mismas. Las demandas sociales, a menudo alimentadas por los medios, parecen depender más de la percepción mediática de lo que se dice que de lo que realmente se hace. Así, se abre la puerta a una contradicción en la que las críticas y las movilizaciones son más fáciles de orquestar cuando hay una figura de “enemigo público” al que culpar, pero se apagan cuando el malestar se refiere a actos concretos de gestión que pueden no ser tan fácilmente aprovechables para los intereses de algunos sectores.


Esto pone en evidencia cómo la crítica selectiva a los discursos, a veces más mediáticos que reales, puede generar un tipo de “movilización social” que deja de lado temas que, en términos de hechos y acciones, podrían ser mucho más graves o relevantes.

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