El feminismo radical una ideología de odio y división

El feminismo radical ha dejado de ser un movimiento en busca de igualdad para convertirse en una doctrina fanática que promueve el odio, la segregación y el caos social. Surgido en los años 60 y 70, este feminismo afirmaba luchar contra el «patriarcado», pero con el tiempo se ha transformado en una cruzada irracional contra los hombres, la familia, la maternidad y cualquier institución que no se someta a su agenda ideológica.

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Esta corriente ya no busca equidad, sino la supremacía femenina mediante la demonización de lo masculino. Se han apropiado de espacios políticos y mediáticos para imponer una narrativa victimista donde la mujer es oprimida por el simple hecho de serlo, sin importar los avances sociales que han logrado a lo largo de las décadas.

Uno de los pilares del feminismo radical es la obsesión por la «heterosexualidad obligatoria», un delirio ideológico que afirma que la atracción entre hombres y mujeres es impuesta como un mecanismo de control. Ignoran por completo la biología y el hecho irrefutable de que la reproducción humana se basa en la heterosexualidad. Pero su agenda no se basa en la realidad, sino en imponer una guerra artificial de sexos donde la mujer debe separarse del hombre y rechazar cualquier rol que no se alinee con su dogma.

Otro de sus objetivos es la abolición del género, considerándolo una construcción opresiva. Sin embargo, esta postura no es más que un disfraz para un plan eugenésico y de ingeniería social financiado por élites globalistas. No es casualidad que organismos internacionales, ONGs y «filántropos» multimillonarios inyecten dinero en estos movimientos para desmantelar las estructuras sociales tradicionales.

La maternidad, que siempre ha sido vista como uno de los aspectos más valiosos de la feminidad, también es atacada por esta ideología. Para el feminismo radical, el amor materno es una herramienta de opresión y la mujer debe «liberarse» de él. Esto explica su feroz promoción del aborto, disfrazado de «derecho», cuando en realidad es una herramienta de control poblacional que beneficia a las mismas élites que los financian.

En el ámbito laboral y político, el feminismo radical no busca oportunidades basadas en mérito o capacidad, sino que impone cuotas de género, forzando la inclusión de mujeres en puestos de poder sin importar su idoneidad. Curiosamente, nunca reclaman cupos en trabajos peligrosos o de alto esfuerzo físico, donde los hombres son mayoría no por opresión, sino porque la biología y la elección personal juegan un papel clave.

El lenguaje también ha sido secuestrado por esta corriente, imponiendo términos artificiales que buscan borrar el concepto de «mujer» y «hombre». Nos dicen que ser mujer es una «elección política» y no una realidad biológica. La «sororidad», presentada como solidaridad entre mujeres, no es más que una hermandad selectiva donde solo son aceptadas aquellas que siguen ciegamente la ideología feminista.

Por otro lado, han conseguido infiltrar la educación con programas como la ESI (Educación Sexual Integral), cuyo objetivo real no es enseñar, sino adoctrinar. Desde la infancia, buscan sembrar la idea de que el género es una construcción arbitraria y que el «patriarcado» es el enemigo a derrotar.

Esta ideología radical también criminaliza a los hombres, promoviendo leyes injustas que los consideran culpables de violencia de manera estructural, sin pruebas ni derecho a defensa. Han convertido el sistema judicial en una maquinaria de persecución, donde la simple palabra de una mujer basta para destruir la vida de un hombre.

El feminismo radical no es un movimiento de justicia ni de igualdad, sino una herramienta de manipulación para dividir y debilitar a la sociedad. Pero, por suerte, cada vez más mujeres y hombres están despertando ante esta farsa. Ya no se trata de defender derechos legítimos, sino de resistir un proyecto de ingeniería social que busca la destrucción de la familia, la imposición de una visión única y la sumisión de la sociedad a una ideología totalitaria. Es hora de rechazar el feminismo radical y recuperar el sentido común.

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