¿Es verdad que los mercados no fallan nunca?

Cuando un economista dice “los mercados nunca fallan”, es lógico que surja la duda: ¿Es tan así? Sabemos que los mercados funcionan, pero ¿No está exagerando?” Me pregunta mi amigo Esteban antes de que llegue el café que nos tomamos cada vez que ando por Río Cuarto.

Imagine Usted, amigo lector, que es dueño de algo que vale 100. 100 algo, puede ser pesos, o dólares, o “Valores”. Si a Usted le ofrecen intercambiarlo por algo que para Usted vale 120, ¿Lo haría? Seguramente que sí. Y ahora terminaría poseyendo algo que Usted valora 20% más de lo que tenía antes de hacer la transacción. Es decir, Usted sería más rico. ¿Y si le ofrecen intercambiarlo por algo que para Usted vale 80? Seguramente no aceptaría ese trato. Pero si de alguna manera lo obligan a ese intercambio que Usted no elije, Usted terminará siendo más pobre.

Es decir, siempre que haya intercambios libres y voluntarios, se agrega valor, porque si el intercambio no agrega valor a ambas partes, el intercambio directamente no se produce. Y siempre cuando hay intercambios obligatorios y compulsivos (como cuando a uno lo obligan a pagar impuestos), se destruye valor.

Cuando en una sociedad (en una economía) se realizan suficientes intercambios libres y voluntarios, se crea tanta riqueza que eventualmente se termina erradicando la pobreza. Ese fue el descubrimiento de la humanidad en el siglo XVII: Si la gente se le respeta la vida, se le da la propiedad de lo que tiene, y se le da la libertad de intercambiarlo libremente, entonces de una manera que parece mágica y sorprendente, la gente empieza a vivir mejor. Y si Usted revisa el ranking de países según el Índice de libertad económica, no va a necesitar hacer ningún análisis econométrico profundo para darse cuenta de la correlación directa que hay entre los países que son más libres, y los países donde la gente vive mejor.

Por supuesto que la humanidad producía cosas, y existía la agricultura, el comercio y la industria antes del capitalismo, pero no bajo estas condiciones “liberales”. Un siervo de la gleba de la edad media trabajaba la tierra como cualquier agricultor de hoy, pero no era dueño del fruto de su trabajo, ni siquiera de su vida: el verdadero dueño era su Señor Feudal, que en su vida iba a agarrar una azada, así que los incentivos a invertir y a trabajar de manera más eficiente se diluían. De esa manera la riqueza no se creaba, y la mayoría de la humanidad vivía sumida en la pobreza.



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