Columna de *Macos Lardone
Mi amigo Fran es medio K. Medio si se lo mira con un solo ojo. Descree del libre mercado, y cree que con precios regulados estamos mejor. Hace poquito se mudó a una localidad donde no hay gas natural, y con la liberación de la economía que propone el gobierno aumentó el precio de la garrafa, y eso le impacta directamente y me lo hace saber con enojo y fastidio.
Lo primero que hay que aclarar es que un precio es una señal de mercado que engloba muchísima información en apenas un numerito. Los mercados son mecanismos para responder tres preguntas básicas: ¿Qué cosas producir? ¿Cómo producir esas cosas? ¿A quién le damos lo que producimos?
Y los precios son el resumen de toda la información requerida para responder esas preguntas. En vez de armar una matriz insumo-producto donde figuren las cantidades necesarias de harina, huevos, agua, carne, pimientos, especias, tiempo del cocinero, gas, aceite, etc; uno va a la rotisería y le dicen: La empanada vale 500 pesos. Y con esa información uno decide si la compra o no.
Entonces: ¿Qué cosas producir? – lo que sea más rentable; ¿De qué manera producir? – De la manera más eficiente posible; ¿A quién le damos lo que producimos? – A quien esté dispuesto a pagar más por ello.
Peeeeeero… si el político que esté de turno en el gobierno decide intervenir el mercado, y porque es un alma bella muy preocupada por el prójimo tiene la pésima idea de, por ejemplo, fijar un precio máximo del gas, lo que está haciendo inadvertidamente es distorsionar esa señal de mercado. Y entonces, cuando el señor rotisero haga sus números, nos va a dar una señal distorsionada también, y seguramente nos termine cobrando por la empanada o más, o menos de lo que cuesta producirla. Tal vez le convenga hacerla frita, en vez de al horno, porque el gas es más caro de lo que a él le han dicho. Y finalmente, tal vez la gente decida que en vez de empandas, le convenga comprar pizzas.
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