Reza Marvazi es el fundador de The Power of Play, una fundación que lleva la alegría y el poder del juego a las zonas más vulnerables y afectadas por conflictos alrededor del mundo. Con más de 45 proyectos realizados en distintas partes del globo, su último trabajo lo llevó a Villa Páez, en Córdoba, donde llevó a cabo una obra que involucró a toda la comunidad.
Durante su estadía en Córdoba, Nexus tuvo la oportunidad de entrevistar a este filántropo cuyo lema es claro: “Dejen a los niños ser niños”. Marvazi, quien nació en Irán durante la guerra entre ese país e Irak, ha dedicado su vida a crear zonas de juegos, o playgrounds, como una forma de ofrecer a los niños la oportunidad de jugar en lugares donde la paz, la tranquilidad y el espacio para el disfrute son escasos.
En su entrevista, Marvazi compartió algunos momentos cruciales de su vida que lo llevaron a abrazar este camino de filantropía y construcción de espacios lúdicos. Recordó su niñez en Irán, donde la guerra con Irak obligaba a su familia a esconderse en bunkers durante las noches debido a los bombardeos. Fue en esos momentos de oscuridad y miedo donde el juego se convirtió en su refugio y salvación, algo que lo acompañó a lo largo de su vida.
«El juego fue la luz en mi oscuridad, era mi escape, mi forma de hacer sentido de lo que estaba pasando. Cuando jugábamos, todo el miedo y el ruido desaparecían», relató.
Después de mudarse a Canadá, Marvazi vivió un período de gran reflexión tras sufrir un accidente extremo mientras practicaba speed flying. Un accidente que casi le cuesta la vida lo hizo replantearse todo y buscar una razón para seguir adelante. “Después de mi accidente, pensé que no tenía sentido vivir. Pero entonces me di cuenta de que la vida me estaba dando una oportunidad. Decidí hacer un último test conmigo mismo, aislándome en el Amazonas para escuchar mi voz interior”, confesó.
Durante su estancia en la selva peruana, Marvazi recordó cómo el juego de su niñez lo había salvado y cómo pudo conectar con ese niño interno que había guardado. Tras ese proceso de introspección, vendría el cambio radical: vendería todo lo que tenía en Canadá y comenzó a construir playgrounds en todo el mundo.
«Mi idea era crear un mundo donde los niños pudieran jugar sin barreras, sin fronteras, sin religión, sin género. El juego es un ambiente para el amor. Creo que el juego es un precursor del amor. No puedes amar hasta que juegues», afirmó Marvazi.
El último proyecto que llevó a cabo, en el barrio de Villa Páez, estuvo marcado por la implicación activa de los vecinos, quienes durante 15 días trabajaron de manera intensiva, comenzando a las 7 de la mañana y concluyendo pasadas las 21 horas. Marvazi destacó la importancia de involucrar a la comunidad en estos proyectos, pues, según él, «el valor que recibo de las comunidades es mucho más grande de lo que yo puedo ofrecer. Los niños tienen tanto amor para dar, incluso aquellos que han sufrido traumas profundos, como los niños soldado o los que han vivido situaciones de trata de personas. El juego les da la oportunidad de sanar y de dar amor».
Además, resaltó el hecho de que, a pesar de no encontrarse en las zonas más pobres del mundo, como en África o en Medio Oriente, Argentina le ha enseñado una lección importante sobre la solidaridad y el compromiso comunitario. «En Argentina he visto una verdadera comunidad, con pasión y amor por los demás. Los niños aquí tienen un corazón lleno de amor, y eso es algo que nunca dejo de aprender», subrayó.
El trabajo de Marvazi a través de The Power of Play no se detiene. Con su visión de un mundo unido por el juego, sigue viajando por el mundo creando espacios que permiten a los niños recuperar su infancia y ofrecerles una oportunidad de crecimiento en un entorno seguro, lleno de amor y sin barreras.
«La verdadera misión es crear un mundo que solo conozca la paz y el amor. El juego puede derribar fronteras, y los niños son el futuro. Ellos tienen el poder para cambiar el mundo», concluyó Marvazi, mostrando su incansable dedicación a transformar la vida de los más pequeños.
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