Cuando la Lucha por los Derechos se Convierte en Herramienta de Venganza

*Por Jorge Cuestas

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El feminismo ha sido, históricamente, un movimiento de lucha legítima por la equidad de derechos entre hombres y mujeres. Gracias a esta causa, se han logrado avances significativos en términos de igualdad y justicia. Sin embargo, en los últimos años ha surgido una tendencia preocupante: el uso de esta lucha como una herramienta de confrontación personal, donde el discurso de la víctima se impone sin considerar principios éticos ni la realidad de los hechos.

El caso de Jhadira y Lautaro es un claro ejemplo de cómo algunas personas pueden apropiarse de discursos de justicia social no como un camino hacia la equidad, sino como un mecanismo de manipulación en conflictos personales. En esta historia, el feminismo deja de ser una causa noble para convertirse en un arma que despoja a la otra parte de su voz y de sus derechos.

Según el testimonio de Lautaro, Jhadira ha adoptado un discurso radical no para reivindicar derechos legítimos, sino para invalidar cualquier reclamo de su expareja y asegurarse una posición de poder en la disputa por la custodia de su hija, Emma. En su relato, él describe cómo ha sido desplazado de su rol como padre bajo argumentos sustentados en el victimismo, en lugar de en una evaluación objetiva de la situación.

Más allá de la relación entre ambos, Lautaro denuncia que el bienestar de su hija se ve comprometido. Según él, Jhadira prioriza su trabajo y sus intereses personales, restando importancia a la estabilidad emocional y afectiva de Emma. A pesar de sus intentos por demostrar que puede brindarle un entorno seguro y estable, el sistema judicial, en su experiencia, ha optado por una solución salomónica, dividiendo el tiempo de custodia sin un análisis profundo de cuál sería el mejor escenario para la niña.

Este tipo de situaciones evidencian una problemática recurrente en los tribunales de familia: la tendencia a favorecer automáticamente a la madre en disputas por la custodia. Aunque el principio de equidad debería primar en estas decisiones, aún existen sesgos que ignoran la importancia del rol paterno en la crianza.

Lautaro expuso pruebas de que podía garantizar el bienestar de Emma, pero el juez no consideró su caso con la profundidad necesaria. Esto lo llevó a proponer que su madre fuera la intermediaria en la comunicación con Jhadira, con la esperanza de evitar conflictos directos. Sin embargo, esta solución temporal solo trajo nuevos problemas, pues su madre también fue blanco de acusaciones y reclamos.

En su relato, Lautaro describe a Jhadira como una persona que usa el feminismo como un escudo para justificar sus acciones, sin disposición al diálogo ni a la negociación justa. Su insistencia en presentarse como víctima y en deslegitimar el rol de Lautaro como padre refleja un problema más profundo: la utilización de una lucha social legítima con fines personales.

El conflicto entre Lautaro y Jhadira no solo gira en torno a la custodia de Emma, sino que también está atravesado por un problema que rara vez se discute con la seriedad que merece: la salud mental. Lautaro relata que, en el pasado, Jhadira estuvo internada durante más de veinte días en el hospital, periodo en el que él tuvo que hacerse cargo de todo sin apoyo de la familia de ella.

Cuando fue dada de alta, los médicos le indicaron un tratamiento con medicación para continuar en casa. Sin embargo, Jhadira nunca lo siguió. Se negó a tomar las pastillas, no buscó alternativas y rechazó cualquier forma de ayuda psicológica. Lautaro intentó convencerla de que al menos acudiera a terapia, pero su negativa se convirtió en un obstáculo insalvable.

La falta de tratamiento no solo afectó su bienestar, sino que también impactó la dinámica familiar. Lautaro, quien había estado a su lado durante la hospitalización, se encontró cada vez más solo en su intento por ayudarla. La carga emocional, el desgaste y la sensación de impotencia se hicieron insoportables.

El miedo de Lautaro no se limita al conflicto con Jhadira, sino que también está ligado a la amenaza de perder a su hija. En su testimonio, cuenta que recibió fotos preocupantes que le hicieron temer por la seguridad de Emma. Decidió mostrárselas a su abogada, quien se mostró sorprendida, pero no tomó ninguna acción al respecto. La situación quedó en un limbo legal, y él se sintió aún más desprotegido.

Lautaro ha considerado acudir a la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (SeNAF), organismo encargado de velar por los derechos de los niños en Córdoba. Sin embargo, ha recibido advertencias de que, si lo hace, podría enfrentar represalias e incluso perder la custodia de su hija. “Me dijeron que no me meta con el SeNAF, porque me pueden quitar a la nena”, expresa, dejando en claro su angustia y desesperación.

Ahora se encuentra atrapado entre dos opciones igualmente difíciles: denunciar y arriesgarse a ser apartado de su hija o callar y protegerla de posibles represalias. Su testimonio refleja una de las mayores falencias del sistema: la falta de respuestas claras para los padres que intentan actuar en favor de sus hijos, pero que, por temor a las consecuencias, se ven paralizados.

El feminismo no debería ser una herramienta para imponer una superioridad moral sobre el otro género ni un pretexto para excluir a los padres de la crianza de sus hijos. La lucha por la igualdad debe centrarse en la equidad real, no en la utilización de discursos que perpetúan conflictos innecesarios.

Asimismo, el sistema judicial tiene la responsabilidad de analizar cada caso con objetividad, garantizando la seguridad de los menores sin favorecer automáticamente a una de las partes. Cuando la ideología se usa para justificar injusticias, y cuando los prejuicios sustituyen el análisis imparcial, quienes terminan sufriendo son los niños, que crecen en un ambiente de confrontación en lugar de cooperación.

Lautaro sigue en la encrucijada de su vida, buscando una solución que le permita asegurar el bienestar de Emma sin arriesgar su vínculo con ella. Su historia no es única, pero sí es un claro ejemplo de cómo un sistema fallido y el mal uso de discursos de justicia pueden poner en riesgo lo más importante: el futuro de un niño.

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