El fenómeno del apoyo social a Javier Milei ha dejado perplejos a muchos analistas. Un respaldo sin precedentes, tanto en Argentina como a nivel mundial, se ha consolidado a pesar del brutal ajuste económico que su gobierno ha implementado desde el primer día de su gestión. Lo que desconcierta aún más es que este apoyo persiste incluso cuando el propio gobierno no solo admite la dureza de sus políticas, sino que promete continuarlas. ¿Por qué, entonces, el pueblo apoya a un proyecto que les impone medidas tan drásticas?
Milei parece haber identificado un profundo rechazo a lo que muchos perciben como una batalla cultural impuesta por gobiernos anteriores, en particular, por la izquierda progresista. Para Milei y sus seguidores, la «perspectiva de género» y otras políticas sociales no han sido más que instrumentos de adoctrinamiento, control y, en última instancia, opresión. Su retórica, centrada en la libertad y en el rechazo a las regulaciones culturales, parece resonar con un sector de la población que se siente alienado por los cambios de los últimos años.
Este eslogan de «libertad», que para algunos resulta simplista, para muchos representa una oposición firme a lo que consideran un exceso de intervención del Estado en sus vidas. Desde el ámbito de la educación sexual hasta la justicia, hay una sensación de que las instituciones han perdido su neutralidad y se han alineado con una agenda ideológica que no representa a todos. Un ejemplo reciente es la controvertida decisión de otorgar la libertad a un condenado por violencia de género para combatir incendios, o la anulación de la condena de un asesino, casos que han despertado indignación y descrédito hacia un sistema judicial que parece ser más indulgente con los victimarios que con las víctimas.
Los que no entienden este fenómeno se sorprenden o no alcanzan a dimensionar el rechazo que ciertos sectores sociales sienten hacia algunas banderas progresistas. Políticas que, por beneficiar a minorías, han dejado a otros sectores en una posición vulnerable, sintiéndose aplastados por una maquinaria política que parece estar más interesada en promover una agenda que en proteger a la mayoría.
La «batalla cultural» que Milei critica no es nueva. La implementación de la ESI (Educación Sexual Integral) es solo un ejemplo de cómo, para muchos, se ha despojado a la familia de su rol central en la educación de los niños. La idea de que un extraño evalúe la madurez sexual de los niños, mientras que el sistema educativo actual fracasa en enseñar los conocimientos básicos, genera un rechazo que el oficialismo parece no comprender. No se trata de un rechazo a la protección de los niños, sino a la forma en que estas políticas han sido impuestas, muchas veces sin consenso y sin tomar en cuenta la opinión de las familias.
El reclamo no es menor. Según datos del Poder Judicial, aunque ya no estén disponibles desde 2012, en el 60% de los casos de maltrato infantil, las madres son las principales perpetradoras. Este tipo de estadísticas, invisibilizadas por años, alimentan la desconfianza de aquellos que creen que el sistema ha fallado en proteger a quienes más lo necesitan.
Además, no podemos ignorar el creciente número de hombres que denuncian haber sido falsamente acusados de delitos relacionados con la violencia de género. En Córdoba, se estima que más del 60% de la población carcelaria está compuesta por hombres acusados en estas circunstancias. La falta de claridad en algunos procesos judiciales y el impacto que esto tiene en las familias, que muchas veces ven truncada la relación con sus hijos debido a medidas cautelares, añade una capa más de tensión social.
El apoyo a Milei puede interpretarse como una señal de descontento profundo. Es una respuesta a años de políticas que han ignorado a una parte de la población. Pero también es una advertencia: la gente está cansada de ser gobernada por una élite que parece desconectada de sus necesidades y prioridades. Las consecuencias de estas tensiones culturales aún están por verse, pero una cosa es clara: el debate está lejos de concluir.
En este contexto, Milei ha logrado capitalizar la frustración y transformarla en un movimiento político con un mensaje claro. Y mientras los detractores siguen buscando respuestas, el presidente continúa su marcha hacia una chanace reelección que, por ahora, parece posible.
Descubre más desde Nexus Contenido
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.