Por casta o culos sucios, no hay ficha limpia

La falta de quórum en la Cámara de Diputados para tratar la Ley de Ficha Limpia es una de esas noticias que, aunque parezca increíble, ya no sorprende tanto en la política argentina. Por un solo diputado, la oportunidad de avanzar con una ley que podría haber ayudado a legitimar a nuestros representantes se desvaneció en una jornada que deja más dudas que certezas sobre la transparencia y el verdadero interés de la clase política en el país.

Lo sorprendente no es solo la falta de quórum, sino que la Ley de Ficha Limpia, un proyecto que en teoría goza de un respaldo popular casi unánime, se ha visto frenada por las mismas fuerzas políticas que, en público se autoproclaman populares. Mientras que otras leyes que afectan de manera directa a la vida cotidiana de los argentinos, muchas de ellas sin un consenso social tan amplio, se han tratado y aprobado sin tanta oposición, esta iniciativa, que pide transparencia en los cargos públicos, no pudo avanzar por cuestiones de simple «suma de ausencias». Pareciera ser que lo que falta es más que un diputado: falta voluntad política.

Y aquí, como en tantos otros casos, surge la eterna reflexión sobre los intereses detrás de los legisladores. Sabemos bien que la política en Argentina está tan contaminada de intereses personales, negociados entre partidos, y conveniencias espurias, que iniciativas como la Ficha Limpia parecen quedar en el limbo de las promesas incumplidas. La frase «entre bomberos no se pisan la manguera» resuena con fuerza: una vez más, los propios actores del sistema se protegen entre sí, en lugar de dar el ejemplo y legislar en beneficio de la gente.

Parece claro que, más allá de las buenas intenciones, existe un frenazo estructural en quienes tienen el poder de legislar, porque muchos de ellos, de un lado y del otro, han recorrido caminos que, en un sistema democrático transparente, no deberían poder repetirse: corrupción, coimas, vínculos oscuros con el poder judicial, e incluso con el poder empresarial. Es aquí donde la convivencia entre el poder político y el judicial resulta evidente, con denuncias que van y vienen, como si todo fuera parte de un mismo juego de fachada. Denuncias falsas, desprestigios mediáticos y coacción judicial se convierten en herramientas de un sistema que se autoprotege, porque nunca se sabe si el que hoy acusa será el próximo en ser señalado. Así, la verdadera limpieza del sistema sigue siendo una utopía.

Y lo que es aún más indignante, es que, mientras se cierran filas alrededor de los intereses propios de cada sector, el pueblo sigue esperando medidas que garanticen la legitimidad de sus representantes. La Ley de Ficha Limpia no es solo una herramienta para asegurar que aquellos con antecedentes penales no lleguen a cargos de poder, sino también una señal de que en la política puede haber un cambio real. La falta de quórum demuestra que, en el fondo, muchos de esos que piden el voto de la gente, no están tan interesados en una limpieza de cara. Están más preocupados en seguir ocupando esos lugares de privilegio, sin importar si es con o sin ficha limpia.

La Ley de Ficha Limpia era una oportunidad de dar un paso hacia una política más transparente, pero los sectores políticos de todos los colores decidieron postergar el debate. En un país donde las promesas de cambio son tan frecuentes como las excusas para no hacer nada, una vez más se evidencia que, tal vez, por casta o por culo sucio, lo único limpio que queda es el juego de intereses que ha sido históricamente el motor de nuestra política.



Lo más irónico es que este freno a la Ley de Ficha Limpia no sucede en un vacío, sino que se da en el mismo contexto donde a comienzos de año, los legisladores de todo el espectro político aprobaban, en cuestión de minutos y sin un debate significativo, un aumento en sus dietas. Un aumento que se aprobó en pleno pico de crisis económica, en medio de la inflación galopante, el empobrecimiento de millones de argentinos y una presión social cada vez mayor por la falta de respuestas del Estado.

En un ratito de «debate», como si fuera un trámite sin mayores consecuencias, diputados y senadores decidieron elevarse el salario mientras el resto del país se hundía aún más en la miseria. Ese mismo país que se ve golpeado por tarifas impagables, por un costo de vida cada vez más alto y por una recesión que parece no dar tregua. En esos días, la ausencia de solidaridad y el desprecio por la situación del pueblo argentino fue tan claro como el desdén con que se trató esta cuestión, pues, mientras millones de argentinos enfrentan día a día el ajuste, nuestros legisladores se premian con más recursos para sus bolsillos.


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